Aprendí a tejer antes que a leer…
mi abuela era una tejedora de alma. Ella cosía, bordaba y tejía los manteles,
las cortinas y las sábanas de su casa. No gustaba de comprar las cosas ya
hechas y de algún modo heredé esa costumbre de tener en mi hogar implementos
con mi impronta; muebles con alma.
Mi abue decía que nosotros somos
como una gran madeja de lana y los palillos, agujas o crochet es nuestra
voluntad que con cada puntada (acción) íbamos dando forma al tejido (la vida)…
y lo bueno es que siempre podemos volver atrás a corregir un error y deshacer esas
zonas que quedaron muy sueltas o apretadas o donde se nos escapó un punto…
quizás por eso nunca he tenido miedo de retroceder, de reparar y sobre todo de
volver a empezar…
Creo que mi salud mental no se
resintió –aún más– gracias a este noble pasatiempo, que ya en la adolescencia
se transformó en un trabajo porque tenía encargos de mis compañeras para
tejerles sus calcetas, bolsos y chalecos que se usaban en la época. Tejía muy
rápido y mis profesoras me permitían tejer en clases porque no descuidaba mis
estudios.
Mis primeros tejidos fueron
enormes mandalas a crochet que ella luego unía (nunca aprendí su técnica)
formando bellas colchas… me obligaba a usar guantes para tejer porque así no
ensuciábamos los hilos y ella me daba monedas (no recuerdo cuantas) por cada
mandala terminado, por eso siempre tuve mi dinero y no tenía necesidad de pedir
a mis padres… incluso hacía regalos disfrazados de préstamos a mis hermanos…
A pesar de que muchas de mis
“amigas” me miraron de forma despectiva por tejer ya que esa ha sido una labor
atribuida a las minorías étnicas, a los más pobres, o a quienes viven en zonas
rurales, siempre me he sentido honrada de poseer este ancestral conocimiento, de haber confeccionado mi vestuario, adornos para el hogar y sobre todo sanar mi alma... Puedo sacar cualquier punto tan solo con mirarlo… y ahora enseño este arte milenario en los centros
culturales de distintas comunas de la capital.
Siento que a veces somos como hebras
sueltas esperando que alguien o algo urda unos puntos con nosotros,
desconocemos que somos la madeja entera y que podemos elegir el tapiz, el chal,
la colcha o el chaleco que queremos SER… y la forma y estilo en que queremos
ser tejidos…
Los hilos tienen la facultad de
unirlo todo ya sea anudando, tejiendo o en-red-ando… podemos crear, unir,
remendar, mezclar, combinar… las posibilidades de la tejedora son muchas,
especialmente cuando su alma está conectada al infinito y porque desde ahí se nutre
del gran poder creador…
De pronto necesitamos
des-hacernos, para volver a urdirnos y darnos forma… una tejedora jamás se
rinde, nunca deja de reinventarse y nuestros hilos no envejecen, apenas se decoloran,
no encogen, conservan la esencia intacta con el paso del tiempo…
Nuestras emociones y pensamientos
si que son hebras sueltas que necesitamos enlazar para poder confeccionar un
buen tapiz… Si no anudamos cada hebra muy pronto el tejido cederá y se romperá…
pero una buena tejedora conoce el secreto para unir y dar forma a todas sus
hebras sueltas y manda sobre su pensamiento y emoción… Ella sabe hacer
sentimiento…
Una tejedora no sabe perder el
tiempo. En sus viajes, sus esperas, en la hora de la siesta o mientras enseña a
sus hijos (o nietas) sus manos no dejarán de agitarse moviendo las agujas o el
crochet… Siempre está creando algo nuevo con su mente y con sus estambres.
Tampoco sabe derrochar… si su tejido dejó de serle útil buscará la manera de
reciclarlo y lo veremos convertido en alfombra, en trozo de frazada o en pijama
de perro, pero siempre encontrará una nueva utilidad para aquellos hilos que
con tanto amor supo anudar…
Y así somos las tejedoras…
Tejemos hilos, tejemos lanas, tejemos palabras, tejemos historias… Tejemos la
vida… y así vamos Sanando el Alma...
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