De niña fui seducida por los atardeceres porque mi abuela me decía que era
la hora mágica, ya que el sol se retiraba a descansar, las flores y los árboles
cerraban sus pétalos y porque los pájaros despedían la luz con su cantar… Era
la hora del silencio…
Era una hora casi mística porque el cielo se teñía de tantos colores y mi
abuela honraba ese instante sagrado mirando el cielo con sus ojos sabios y diciendo
una oración que nunca pude entender que decía porque era como un susurro.
Después venía el dulce sueño y así quedaron grabados en mi alma esos
momentos fantásticos que forman parte de mi historia infantil.
Cuando crecí me quedaba en la playa hasta que el sol se iba y luego
retornaba a casa en esas noches veraniegas tan llenas de calor de hogar y de historias…
Sigo viviendo este romance con todos los crepúsculos que veo… sigue siendo
mi hora mágica y es el momento en que pienso en mi abuela y con todo el corazón
solo digo ¡Gracias! e intuyo que eso era lo que decía mi abue cuando caía
hechizada por la hora del crepúsculo.
Me®