Existe en Japón un viejo arte que repara objetos dañados enalteciendo la
zona estropeada rellenando sus grietas con un fuerte adhesivo y cubriéndola
luego con oro y en ciertos lugares con plata. Ellos celebran y acentúan el
defecto de esa parte de la pieza porque para los orientales esa es la prueba de
la fragilidad e impermanencia de las cosas terrenales.
Ellos tienen la creencia de que cuando algo sufre un golpe y ha quedado
partido o trizado se vuelve más hermoso, más real, debido a que ahora si tiene
una historia para contar. Han sobrevivido al golpe o la caída así que ahora
serán más y resistentes.
Eso lo aplican también a las personas. Cuando alguien ha vivido
experiencias duras, pérdidas, fracasos, en vez de compadecerlo lo enaltecen,
porque ha demostrado su fuerza y capacidad de resilencia.
Contrariamente a lo que ocurre en nuestra cultura donde la tendencia es
ocultar las duras experiencias, los golpes o quebraduras, el dolor, la tristeza
y los errores o equivocaciones, quienes practican este milenario arte buscan
resaltar la herida de la pieza para demostrar que algo que ha sido capaz de soportar
un duro golpe se vuelve mucho más valioso porque ha ganado en fortaleza porque
se ha convertido en la zona de mayor resistencia de la pieza. No será fácil
destruirla.
También en la cultura occidental somos reacios a reparar… cuando algo se
rompe, por bello que sea y aunque tenga cierto valor monetario, se tira a la
basura porque existe la superstición de que “trae mala suerte”, pero es una
forma de quitar de nuestra vista esa pérdida para mantenernos alejados de la
idea de impermanencia y así no recordar que todo puede variar de un momento a
otro… que nada es eterno en este plano.
En los currículos de las personas “exitosas” nunca cuentan sus caídas, sus
tropiezos o derrotas… Quedaría mal visto. Pero la verdad es que podría ser muy
bien visto conocer que esa persona se ha sobrepuesto a un dolor, hablaría de su
fortaleza, de su capacidad de reconciliarse con la vida.
Desde la mirada del ego una caída, una rotura, un quiebre, una marca puede
significar la derrota en esta vida y no volver a levantarse jamás… pero tras
los ojos del espíritu, una caída es una oportunidad para hacerte más fuerte,
levantarte, sacudirte, tragarte el orgullo y seguir caminando… Se puede!
También podemos llevar esta reflexión hacia los otros, cuando quebramos o
destrozamos a los demás con palabras o acciones ¿Nos tomamos el tiempo de
reparar ese daño? Y si somos capaces de hacerlo ¿Resaltaríamos esa herida con
oro? O la mantendríamos oculta para que nadie se entera que alguna vez entre
nosotros hubo un quiebre? A veces una relación puede fortalecerse aún más con
un buen golpe…
Miremos la vida de otra manera… enfoquemos con ojos de artista para ver el
detalle y encontrar belleza en ese pequeño “defecto” o cicatriz que llevan los
demás en su cuerpo o su alma… Eso los vuelve más hermosos… Han debido recurrir
a todo su valor para superar el dolor y el proceso de sanación o cicatrización.
Una persona herida es más consciente, más espiritual…
Entonces yo los invito a practicar en Kintsugi en nuestra alma, en el alma
de los demás… podemos reparar un corazón roto, un alma herida… Podemos poner
hilos de amor y compasión ahí donde el daño es más grande y resaltarlo para no
olvidar que somos humanos, que la vida es frágil y que un dolor o una crisis
son parte del crecimiento en esta vida… pero que no debemos derrotarnos… porque
lo que quiere transmitirnos el Kintsugi es que somos auténticos guerreros de
esta vida… Hemos venido a vencer dificultades y a no rendirnos jamás…
Un abrazo mis queridos lectores…
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